Tal vez
aquel
que generó
de sí, el alba,
los océanos,
el sonido,
era un
misógino
ciego y
envanecido.
Gestionó un
destino
de siete
calles color hombre,
les plantó
agudezas
hechas de
tinta;
las llamó
leyes
y rió
satisfecho
de su
cinismo.
Por eso, no
hubo ni habrá
machos en
una cama
de
prostíbulo;
y las
mujeres se callan
y niegan sus
instintos,
por eso
Juana murió
en la
hoguera
del egoísmo.
Y Mireya
mendigó
los días del
invierno
anciano y
frío.
Por eso, me
gritaron insultos
y asimilé
ácidos en mis tejidos,
por eso me
fue dado el valor
para sanar
lo enfermo
y renovar lo
escrito.
Lo usaré a
lo largo del sendero
para evitar
otra Juana,
otra Mireya,
otra mujer
enterrada en
el mar del mutismo.
17-1-1985
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