Cuando los sonidos
habituales marcan
que recomienza
el arbitrario segmento
que la especie humana bautizó día,
cuando involuntariamente
las pestañas se hamacan
despegando el rimmel
-oscuro cemento –
debes rasgar la frontera
entre el suelo y fantasía.
El límite ha sido para mí
siempre un problema.
Algunos buscan sueños
en las drogas y la noche.
Un video clip de cuatro
minutos de veneno,
dos o tres repeticiones,
después vuelven al acto
del traje, el negocio,
el aula, el precipicio.
Video clip burbuja
de la burguesía,
con tres televisores
en sus casas
para mirar el desfile
y la comparsa.
Un toque en cada pantalla.
Sólo un toque.
Un toque de facebook
rápido y aséptico.
Una revelación
en ciento cuarenta caracteres.
El borde, siempre un problema
para los demás, en mí.
Aún sigo sin ver porqué
sólo cantar en la ducha
y no en las calles;
porqué no enamorarse
en un minuto
del malabarista de las clavas luminosas
de Corrientes y Alsina.
Los que buscan el borde
sólo se animan
a ser espectadores casi mudos
del video, la foto,
el mensaje en terreno virtual
-bien separado, Dios los guarde-
del suelo, el expediente,
las cuentas,
las relaciones que los tocan
- o no tocan –
las flores que no compran,
las cartas que no mandan,
los besos sin sonrisas
los engaños que pergeñan
o se bancan,
las pálidas resignaciones
que llaman calma.
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