Ya cayó de bruces
en el gris del abril
redundante
su mejilla de nácar.
Tendrá otra grieta.
Y van…¿cuántas?
Dispuesta a dejarse mirar
y ver de veras,
abrió un jueves etéreo
los grifos de sus
prístinos juegos de abalorios,
sorbió moléculas
del tinto caído en el mantel,
y se compró a bulto cerrado
el repertorio
del niño sabio, niño viejo
de la Biblioteca de Babel.
Y a los dos días
y tres noches,
los fluidos se trocan
e implosionan
su mejilla de nácar.
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